Los ciudadanos colombianos somos reconocidos legalmente como tales, por el registro civil de nacimiento, la tarjeta de identidad y la cédula de ciudadania, circunstancia que expira con la partida de defunción. Este ejercicio de la legalidad se regula en la Constitución y en las normas emitidas en el contexto de todos los ámbitos, en los cuales se desarrolla la vida del ser humano.
En los países de Latinoamérica el ejercicio ciudadano solo se remite a obtener la legalidad, en la mayoría de los casos solo se hace para acceder a los privilegios, a los derechos que ese reconocimiento les concede, circunstancia contraria sucede con los deberes, de los cuales se olvidan o sencillamente ni se conocen, allí es cuando podemos decir que tenemos más habitantes que ciudadanos, es decir gente que ocupa un espacio geográfico, que figura en los anaqueles de la estadística social y económica pero que no cumple deberes, una ciudadanía pasiva reclamante de derechos pero no cumplidora de deberes.
En la política vemos de manera recurrente la participación de muchos sin vocación política, aquellos a los cuales les encantan los privilegios de la política pero no la política, entendida está como el arte de SERVIR, no de servirse; por eso vemos gobiernos fracasados, políticos frustrados o muchos enriquecidos con el erario. Se hace necesario y urgente la participación real de los ciudadanos, debiéramos reformar el modelo educativo insertando y acentuando más la formación en ciudadanía para que en las nuevas generaciones podamos encontrar un nuevo ciudadano que sea activo en derechos y deberes, que respete la diferencia, que respete al otro que participe activamente, que se involucre en el desarrollo económico y social desde su familia y hacia la sociedad.
A los que quieren participar en política, candidatos, presidentes de junta, líderes sociales, gremiales o comunales el llamado a identificar y reforzar bien el sagrado ejercicio de la política como aquel que se dedica a servirle a los demás, a dar antes que recibir y que entiende muy bien, que la política dejó de ser retórica, habilidad para hablar o facilidad para engañar, para convertirse en el oficio de la evidencia, de la verdad, de la realidad y de los hechos.