Hay que hacer enormes esfuerzos para levantar un país donde se pueda vivir sin miedo. Pero vivir sin miedo, no es suficiente. Hay que formular una política social que le permita a la gran mayoría de ciudadanos, vivir con dignidad.
Por: Delcy Isaza
Seguramente hay muchos temas halagadores para comentar en este inicio de nuevo año, temas alegres para recibir el 2022 con fe, con júbilo, con esperanza, pero los hechos sucedidos hace pocos días con el asesinato de un niño, de escasos ocho años, a manos de su padrastro, es un suceso que me desgarra el alma y que me llena de dolor, como mujer, como madre, y que me avergüenza como ciudadana de este país que, algunos, han catalogado entre los más felices del mundo.
Creo que todos hemos experimentado la angustia cuando un hijo o una hija, sale de casa para ir al colegio, o a una reunión o al parque de la esquina. Nos llenamos de temor. Todos conocemos madres que no van a dormir hasta que su hijo regresa. No son temores infundados. Habitamos una nación donde te asesinan por quitarte un celular, donde el crimen organizado nos gana la partida, donde un niño no está seguro, ni siquiera en la alcoba de su casa.
Algo está fallando en este país donde parece que habita el temor en cada esquina, donde parece imposible vivir sin miedo. Tenemos que revisar la efectividad de las estrategias de lucha contra el crimen, las estrategias para generar seguridad, pero también es claro que se debe reformar la justicia, revisar los procedimientos que parecen brindar garantía a los criminales y ser una burla para las víctimas. La política penal es claramente insuficiente en la disminución de delitos. Debemos trabajar para desterrar el miedo que habita en nuestras calles, en nuestros parques, en el campo, en las carreteras y en las alcobas donde duermen nuestros niños y niñas, que, como Cristian David, no están a salvo, ni siquiera de aquellos que tienen el deber moral de protegerlos.
Hay que hacer enormes esfuerzos para levantar un país donde se pueda vivir sin miedo. Pero vivir sin miedo, no es suficiente. Hay que formular una política social que le permita a la gran mayoría de ciudadanos, vivir con dignidad. Pienso en la mamá Cristian; Yesica Lorena Pardo. Es vendedora ambulante y realiza bingos y rifas. Tiene 26 años edad. Qué vida digna puede tener una mujer que creció sin oportunidades, que no pudo estudiar, que quedó embarazada a los 17 años, que tenía que dejar sus hijos con los vecinos para vivir del rebusque y llevar algo de comer a su casa. Yesica Lorena no es un caso aislado. En Colombia, el 43% de la población está bajo la línea de pobreza. ¿Saben cuánto es eso? 21 millones de personas. Es humillante. Debemos hacer las reformas necesarias para que la educación superior gratuita y de calidad, sea una realidad, para asegurar el derecho a la salud, a una vivienda, a un trabajo adecuado, a un ambiente digno. Para que brindar oportunidades para todos, sea más que un discurso. Vivir con dignidad debe ser una realidad; y una realidad para todos y para todas.
Si vivimos sin miedo, si vivimos con dignidad, podemos dedicarnos a vivir para crecer; a ser una nación próspera, que pueda invertir en proyectos de infraestructura que generen riqueza, prosperidad para todos y no solo para unos cuantos. Todos tenemos derecho a crecer física, espiritual e intelectualmente; podemos practicar un deporte, asistir a un teatro, gozar del tiempo libre de manera enriquecedora. Cristian David ya no puede crecer. Hoy debería estar soñando con retornar a la escuela o, como millones de niños de su edad, estar soñando con los regalos que traen los Reyes Magos o esperando feliz a que su madre regrese del trabajo. Pero esa ya no es posible para él. Por eso estoy triste, y siento el dolor de mujer y de madre; y sé que muchas personas también se han sentido apesadumbradas e impotentes ante tanto flagelo. Ruego a Dios que está loca y difícil carrera de la vida y de la política, nunca nos haga olvidar para qué estamos aquí y cuál es nuestra enorme responsabilidad y compromiso. Necesitamos construir entre todos una nación donde los niños y niñas no mueran de hambre, donde los padres no tengan que enterrar a sus hijos, donde llevar un pan a la mesa no se convierta en una batalla diaria . Como he escuchado en varias oportunidades afirmar a Oscar Barreto Quiroga: “Mientras no haya condiciones para vivir sin miedo, para vivir con dignidad, para crecer; no habrá paz, no habrá libertad, y no habrá descanso ni tranquilidad para nadie”.